Los cafés mañaneros, mientras dibujamos el día con el compás de una melodía que es mezcla, ritmo y autenticidad, risas creadoras de gente sencilla que saludan la vida, pueden ser el pretexto para aprisionar en mis palabras la magia de una tierra que es abrazo y entre líneas desandar por los caminos de una Cuba que es única y universal. Las calles narran sobre leyendas del aborigen que fue semilla, el español imponente y el negro enérgico que busca su libertad y se aferra a sus dioses para regalarnos todos los colores de su fe.

La cultura cubana no se puede simplificar en mensajes comerciales; Cuba no es mulata, ron y tabaco. Los sentidos de la esencia espiritual de este pueblo existen en la historia, las tradiciones y se redefinen en su cotidianidad con nuevos matices. Al indagar en las esencias culturales cubanas encontramos un proceso complejo de transculturación, que nos remonta a la simiente. Con la mirada en el pasado   comprendemos el desarrollo de nuestro pueblo. La amalgama del aborigen, de la España conquistadora y el África con su resistencia origina un nuevo universo material y subjetivo en estas tierras. Surgen los criollos y criollas, seres humanos que no son ni españoles, ni africanos, son cubanos que se aferran a su terruño y lo aman. El disfrute de construir su propio espacio que da sentido a sus creaciones, el orgullo de  decir: es mi cultura y mi identidad.

La cotidianidad descubre hoy, entre palmas y ruidos modernos, al cubano narrando también su leyenda que es historia, mientras espera su café de tarde y el abrazo de su pedazo de tierra que es sostén y fuerza.