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#PsicologíaParaTuVida: aprendizajes de la pandemia (I)

Psicología para tu vida

Psicología para tu vida en el primer mes del año promueve la reflexión acerca de algunos aprendizajes que la pandemia nos deja, en un contexto marcado por una nueva oleada de contagios, con cifras nunca antes vista en el comportamiento de este virus, a partir de la aparición de nuevas variantes.

Se hace necesario retomar los aprendizajes que deja la COVID_19 para nuestra especie, en el camino de develar contradicciones de diferente orden, y remarcar esencias, a partir de una mirada crítica.        

La mirada que expondremos hoy, resume un interesante artículo del psicólogo mexicano Raúl Medina Centeno, publicado en la Revista Mexicana de Investigación en Psicología. El autor nos propone 4 aspectos que, de manera global, deben incorporarse como aprendizajes para el cambio, que necesariamente, debe conducir a transformaciones estructurales en el planeta, en nuestros estilos de vida y en nuestra manera de entendernos y entender las complejidades de nuestros entornos.

¿Qué aprendizajes nos deja la COVID_19?

  • El contacto directo entre personas implica una nutrición socioemocional sustantiva para vivir con bienestar

Se ratifica la premisa de que somos animales socioemocionales por naturaleza. El confinamiento y, sobre todo, el distanciamiento social de millones de personas produjo cambios de comportamiento y problemas de salud psicosocial; en particular, se registró un aumento en el maltrato y abuso intrafamiliar (Observatorio Nacional Ciudadano, s.f.; Gómez y Sánchez, 2020); además, hubo un incremento en la depresión y en la ansiedad (Vargas, 2020; Brunier y Drysdale, 2020). No fue suficiente el contacto social virtual, pues no se alcanzó a establecer una intimidad y un vínculo emocional permanente y sustantivo para alimentar la identidad y generar bienestar.

El distanciamiento físico hizo evidente que la interacción cotidiana en diversos escenarios sociales es una contención de la identidad personal, el bienestar familiar
y organizacional. Los abrazos entre familiares, amigas y amigos se extrañaron. Y no solo el contacto físico con los seres queridos, sino también aquellos contextos de
pertenencia recurrente que forman parte del entorno cotidiano entre compañeras y compañeros en el trabajo, la escuela, el barrio, la iglesia, etcétera.

La interacción diaria de la colectividad –aparentemente insignificante– forma parte de las múltiples miradas de reconocimiento cotidiano que alimentan el espíritu humano, lo que Fernández (1999) denomina “afectividad colectiva”. Vivimos en una sociedad donde el encuentro entre cuerpos en la vida cotidiana, respirar la misma atmósfera, percibirnos a través del olfato, olisquearnos, el bullicio social de las múltiples voces y miradas mutuas de reconocimiento son, entre otros, el factor cultural y socioemocional que nos identifica como de la misma especie. Así, el confinamiento y el distanciamiento físico produjeron un colapso socioemocional que todavía
se está padeciendo y evaluando (Trabelsi et al., 2021; Emerson, 2020; Zamarripa et al., 2020).
 

  • Las grietas estructurales que mostró la pandemia:

El coronavirus no afectó a todos por igual. De acuerdo con las estadísticas de morbilidad, existen otras condiciones vulnerables que hacen de la COVID-19 un factor de alto riesgo (Van Gerwen et al., 2020).

Entre los factores a considerar que potencian su agresividad y mortalidad: el estado de salud personal, en particular, si padecían alguna de las comorbilidades, como diabetes, hipertensión o enfermedades respiratorias (Schiffin et al., 2020; Kumar et al., 2020; Albitar et al., 2020), la edad, la marginalidad, la desnutrición –en especial, hábitos de consumo nocivos para la salud–, las condiciones paupérrimas del territorio donde viven, trabajar en condiciones de carencia y sin protección, el nivel de cultura y educación, el estilo personal de enfrentar problemas, los niveles de estrés y
malestar psicológicos, la capacidad de los sistemas de salud para actuar con prontitud, o no, y otros no menos importantes, como el rompimiento de los lazos familiares y
comunitarios (Hall et al., 2021; Rodríguez-Rey, Garrido-Hernansaiz y Collado, 2020).

Los datos globales confirman que la mayoría de las personas
que han muerto por la COVID-19 son las que mostraban estas condiciones de precariedad y de pobreza (Millán-Guerrero, Caballero-Hoyos y Monárrez-Espino, 2020; Gutiérrez y Bertozzi, 2020; Cortés y Ponciano, 2021).

La COVID-19 se encargó de hacer aún más evidente las fracturas y patologías estructurales. Este aprendizaje debe propiciar el diseño de políticas públicas que atiendan los problemas estructurales que profundizan el malestar individual ante una enfermedad que es de naturaleza sistémica.

  • La deuda inconclusa de la equidad de género:

La pandemia reveló que  la inequidad de género en la familia sigue siendo un problema estructural (Unicef Bolivia, 2020; Pamatz, 2021; González, 2021; CIM, 2020a, 2020c).
La COVID-19 evidenció que la deconstrucción del discurso patriarcal sobre la familia es un mito. No se ha logrado una reinterpretación de la institucionalidad familiar y sus roles sociales, en particular, la problematización de los roles masculinos y femeninos, las representaciones y sentidos colectivos sobre maternidad y paternidad, la función social y privada del trabajo doméstico, la doble o triple jornada, la feminización laboral, los campos domésticos y extradomésticos.

En suma, no se ha desmontado el imaginario cultural mujer/familia (Salles, 1998;
Fraser, 2003; Robledo, 2003; Robles, 2008; Ramos, 2015).

En esta pandemia se observó el aumento de la doble y triple jornada de la mujer (Hochschild & Machung, 1989); en especial, se encargaron de desarrollar su propio trabajo remunerado dentro del hogar, así como atender las demandas de sus hijos e hijas para contenerlos emocionalmente y que siguieran adelante en sus estudios desde la virtualidad; con ello, se demuestra que los roles tradicionales de inequidad machistas continúan vigentes en la mayoría de las familias (CIM, 2020a; González, 2021).

Ante este panorama, las consecuencias no se hicieron esperar: las mujeres fueron las que mostraron mayor estrés y sintomatologías (Ruiz-Frutos et al., 2021; Jaramillo, 2020; Organización Panamericana de la Salud, 2020) y, como señalamos antes, aumentó el maltrato de género (CIM, 2020b; Bonilla y Díaz, 2021)

  • El vínculo ecológico de la humanidad con el medio ambiente:

La pandemia del coronavirus comunicó, de manera contundente, que todos formamos parte de la biodiversidad del planeta, convivimos todas las especies, la naturaleza es un mismo sistema y nos influenciamos e influimos mutuamente.

La pandemia desvela el vínculo entre especies y la naturaleza que nos hospeda a todos; ante ello, se evidencia que el comportamiento humano ha maltratado el albergue, desde la sociedad de consumo –que abusa y explota los recursos de la naturaleza con la lógica del mercado, sin ningún principio ético de cuidado–, al igual que un búmeran, las consecuencias de ese daño las sufrirá tarde o temprano también el depredador: la COVID-19, literalmente, paró la maquinaria económica del consumo (Semedo, 2021).

Haraway (citado en Rodríguez, 2020) señala en torno a
ello que la pandemia del coronavirus es el resultado de la ruptura de equilibrios entre los elementos que conforman la biodiversidad. Somos nosotros, regidos por una forma de vida basada en el consumo irracional y superfluo, quienes ocupamos y explotamos territorios donde viven especies de animales que le daban equilibrio al ecosistema. La COVID-19 es solo una consecuencia de ese maltrato.

Por ello, “es necesario pensar, imaginar y tejer modos de vida en un planeta
herido que conduzcan a reconocernos como parte del problema y, por ende, cuidar el ecosistema para cuidarnos a nosotros mismos”. Haraway (citado en Rodríguez, 2020)

Ante esto, el aprendizaje es claro y contundente: todas las especies que habitamos en este planeta estamos interconectados y nos afectamos de manera
sistémica; la especie más diminuta se puede defender generando consecuencias globales.

Si bien en el artículo el autor nos deja una mezcla de pesimismo y esperanza, refuerza algunas enseñanzas que no podemos desconocer y propone ampliar nuestra conciencia desde una posición sistémica y crítica, que significa vernos en contexto, consecuencia y responsabilidad.

  • No apostar todo a una vacuna, que solo enfrenta el síntoma.
  • Es preciso un aprendizaje de tercer orden (Bateson, 1991), que promueva cambios estructurales desde una posición ética (McDowel, Knudson-Martin y Bermudez, 2019), que repiense y modifique el estilo de vida y las inequidades estructurales inconclusas; en especial, aquel que daña al ecosistema y genera maltrato y malestar sistémico (Agudelo, 2016).
  • Es necesario cambiar para restablecer el respeto y cuidado por el ecosistema,
    que se traduce en respeto por nosotros mismos.
  • Por otra parte, hay que reconocer la naturaleza socioemocional del ser humano como el eje desde el cual se alimenta la identidad y, con ello, el bienestar o malestar social y personal.

Esperamos que la sección de hoy te invite a reflexionar acerca de la pandemia y lo que nos deja. En próximas secciones trataremos esta temática, con otras miradas y desde otros ámbitos más cercanos a lo personal, individual y familiar. Si te interesa favorecer tu salud mental, síguenos en #PsicologíaParaTuVida.

Material consultado:

Medina, R. (2021). Aprendizajes sistémicos de la gran pandemia del siglo XXI: sobre el comportamiento humano y la ecología. Revista Mexicana de Investigación en Psicología,13(1), 13-20.

MSc. Lisneth Rodríguez Hernández
Licenciada en Psicología. Máster en Ciencias Sociales y Axiología. Directora de Comunicación Institucional, de la Universidad de Holguín.

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