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Un busto, una personalidad, un hombre

– Mamá ¿qué es esa piedra blanca con forma de persona? Le preguntaba a ella cada vez que me llevaba a su trabajo.

– Martí, me aseguraba. Respuesta simple, corta, pero que sonaba extraordinaria. Entonces, no entendía por qué. Quería saber más. Ya desde muy pequeña tenía la chispa periodística inadvertida.

Estaba allí, delante, sobrio, magistral, con la bandera de la estrella solitaria ondeando a su orilla, como si lo saludara, como si conversaran. Por qué estaba en la entrada de cada escuela, policlínico o centro de trabajo. Era un símbolo. Parecía importante.

Luego… En la escuela, me enseñaron que esa piedra blanca, como decía yo, se llama busto y que ese busto era de José Julián Martí Pérez, nuestro Apóstol. Nacido en la calle Paula No. 41, La Habana, el 28 de enero de 1853 en el seno de una modesta familia de emigrantes españoles. Político, escritor y líder independentista de la Cuba colonialista.

En las clases de historia aprendí, como un manuscrito grabado, que Martí fue colaborador, junto a su amigo Fermín, en la causa nacional de la Guerra de los Diez Años. Conspirador durante la Tregua Fecunda. Fundador del Partido Revolucionario Cubano y del periódico Patria. Precursor y autor intelectual de la Guerra del 95, la Necesaria. Quien junto a Gómez redactó y firmó el Manifiesto de Montecristi.

Los profesores de Español Literatura me enfatizaban que nuestro Apóstol es el autor de los poemarios Ismaelillo, Versos Sencillos y Versos Libres; de ensayos, dentro de los que destacan Presidio Político en Cuba y Nuestra América y de numerosos discursos y cartas.

Parecía el mejor prototipo de robot del siglo XIX cubano. Pero con el tiempo comprendí que era un hombre, igual a todos. Muy enfermo. Que sufría y padecía los prejuicios de la época. Apasionado al estudio, el conocimiento, el saber. Al que le gustaba pintar en su tiempo libre. Quien encontró, con su brillante escritura y oratoria de palabra convincente, la esperanza del cambio.

Con Martí entendí el sentimiento criollo. Amaba a sus padres gallegos, respetaba a los españoles y encontraba hermosa a España, pero no la sentía su casa. Suya era Cuba. Esta pequeña islita, ubicada a kilómetros del longevo país hispano era su Patria.

Para él, vivir significaba ver a su tierra, Nuestra América, independiente. Contemplar orgulloso, la República ¨con todos y para el bien de todos¨.

Roxana Bárbara Almaguer Alemán
Licenciada en Periodismo en la Universidad de Holguín. Profesora y periodista de la Dirección de Comunicación Institucional de la Universidad de Holguín.
http://www.uho.edu.cu/

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