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Duelo por COVID-19: manejo en niños y niñas (IV)

Psicología para tu vida

#PsicologíaParaTuVida concluye con la serie acerca del manejo del duelo en niños y niñas, hoy con la etapa de la adolescencia. Nos referiremos no solo a los comportamientos normales, sino a los signos de alarma y cómo ayudar ante la manifestación de estas conductas.

La muerte en los/las adolescentes

Esta etapa, suele comenzar a partir de los 12 años, en la que el niño y/o la niña, trata de integrarse en el grupo de iguales, que pasa a ser el pilar fundamental en el
que se apoya, tratando de construir una identidad que la mayoría de las veces se muestra frágil. Es una etapa de gran vulnerabilidad por todos los cambios y ajustes que implica, así que la muerte de un ser querido, siempre va a resultar significativa.

La búsqueda de la autonomía puede dar lugar a discusiones familiares, por lo que, si el o la menor sufre la pérdida de un familiar, es normal que tenga remordimiento porque la relación con el fallecido no fuera la mejor que hubieran podido tener.

Muchas de las reacciones son similares a las que tendría un adulto en su misma situación y, por ello, los aspectos a trabajar son:

  • Aceptar la realidad de la muerte.
  • Trabajar las emociones asociadas a la pérdida.
  • Hacerse cargo e aquellas cosas que anteriormente hacía el fallecido: esto se trabaja de forma leve, pues no se busca que el menor se haga cargo de esas cosas, sino que colabore dentro de sus posibilidades.
  • Recolocar emocionalmente al fallecido y seguir viviendo.

Normalmente, el/la adolescente, rechaza hablar con los adultos, se siente vulnerable, y prefiere compartir su mundo emocional con su círculo de amigos más cercanos. Lo único que conseguimos al insistirle en que hable con los adultos de su entorno es alejarlo/a más, normalmente en un intento de proteger a esos adultos de su tristeza. Los adolescentes son conscientes del dolor que provoca un fallecimiento y no quieren añadir más, con su estado emocional, por eso tratan de fingir un bienestar que no tienen en presencia de otros adultos afectados por la pérdida.

En el//la adolescente prima el pensamiento abstracto, que le permite teorizar acerca de las cosas sin necesidad de haberlas experimentado o visto. Así, tras una pérdida, lo normal es que haya un intento de enfrentarse a esta nueva situación desde el plano teórico, sin poner en juego más habilidades que las intelectuales. Es posible que las/los adolescentes se enfrasquen en largas conversaciones sobre el bien y el mal, la vida eterna, la finitud del ser y otros conceptos más abstractos, que son difíciles de materializar, pero en los que se van a centrar porque a ellas/ellos les apasionan. Es una etapa de cuestionamiento de valores, normas, ideas, ideales, creencias y así lo demuestran en el modo de afrontar la muerte.

Dentro de ese pensamiento abstracto, del mundo de la fantasía, el adolescente imagina muchas veces cómo será su futuro y, tras un fallecimiento, es posible que se bajen sus expectativas, lo que puede llevarle a conductas de riesgo, al pensar que “la vida es algo efímero, y no merece la pena el esfuerzo”.

Hay que destacar que, gracias al predominio del pensamiento abstracto, a esta edad, el/la menor puede contemplar la muerte sin enfrentarse a ella, es capaz de construir escenarios en los que distintas enfermedades, distintas muertes, son protagonistas y así puede poner en marcha sus habilidades a nivel cognitivo.

¿Qué cosas son normales y cuáles debemos considerar signos de alarma?:

Es habitual es que nos encontremos con:

  1. A esta edad, igual que en la preadolescencia, los menores entienden todas las dimensiones de la muerte. Suelen sobrar las explicaciones, aunque ellos agradecen un espacio abierto para poder comentar las cosas, así como recibir información de primera mano sobre el fallecimiento.
  2. Es un momento de máxima vulnerabilidad, así que es bueno que sepa que siempre van a tener un espacio para hablar de las personas fallecidas, aunque no quiera en esos
    momentos, y que puede utilizarlo cuando lo necesite.
  3. Las reacciones van a ser muy parecidas a las de los adultos, con expresión cargada de emociones y pensamientos que van desde el realismo hasta ideas tremendistas asociadas a la muerte.
  4. El/ la adolescente puede contemplar su propia muerte y valorarla como solución a los problemas que provoca la pérdida. Es posible que sienta que su vida carece de sentido y que debe soportar un dolor muy grande. La ideación suicida puede aparecer de manera recurrente, así como las verbalizaciones de que la vida así no tiene sentido para él/ella.
  5. Otra posibilidad es que manifiesten una actitud protectora hacia los miembros de la familia. Tienden a hacerse cargo de sus hermanos pequeños o a ocultar su dolor a los progenitores. En cierto modo, buscan aliviar la situación, pero quedándose ellos/ellas desprotegidos, mientras tratan de no “añadir dolor al dolor”.
  6. Es frecuente que aparezcan el desgano y la apatía, que dejen de apasionarse por cosas que antes les emocionaban. Piensan que su vida carece de sentido tras la pérdida e intentan buscar otras cosas que les puedan entusiasmar, ya que las que conocían hasta entonces, empiezan a perder interés.
  7. Pueden fluctuar entre la búsqueda de aislamiento o, por el contrario,
    estar rodeados de amigos en los que apoyarse y con quienes compartir sus emociones
    y pensamientos.
  8. Es normal que se muestren ansiosos y que trasladen las conductas de ansiedad a otras áreas vitales: que coman mucho, que estén muy activos, que se muestren demasiado habladores, que tengan dificultades para conciliar el sueño.
  9. Con frecuencia experimentarán una disminución en el rendimiento académico. Tienen muchas cosas a las que atender, muchos cambios a los que adaptarse y a menudo lo académico ocupa un segundo plano. La bajada académica suele ser leve y puede que aquí el/ la menor necesite cierto apoyo.
  10. Es habitual que quieran asumir roles del fallecido o asuman más responsabilidades de las que tenían antes de la pérdida. O, por el contrario, puede ocurrir que se despreocupen de todo y se muestren más irresponsables de lo que habían sido hasta entonces. Es frecuente que se vuelvan sobreprotectores con la familia, en especial con el progenitor superviviente, al que ven débil, con sus hermanos y, si es la familia cercana la que ha perdido a unos de sus miembros, con sus tíos y primos.
  11. La adolescencia suele coincidir con el inicio de la conducta probatoria. Durante su
    proceso de individualidad, empiezan a tener los primeros contactos con el alcohol y el tabaco, e incluso las drogas. El duelo puede influir en estas direcciones, ya sea desarrollando un temor excesivo hacia las sustancias nocivas o manteniendo una conducta de consumo de las mismas que puede llegar al abuso.
  12. Es habitual que aparezca el miedo a olvidar a la persona fallecida: les preocupa no poder recordar un tono de voz, un gesto, un olor. Tiene mucho miedo a olvidar quién era el fallecido y qué relación tenía con ellos, de ahí que a veces
    se muestren muy reticentes a que los familiares inicien nuevas relaciones por el temor a la sustitución. Les cuesta entender que no se está reemplazando a nadie, y lo viven como algo intrusivo, pudiendo llegar a comportarse de manera mezquina y agresiva. También pueden aumentar los momentos de agresividad verbal y física: es un modo de dirigir la ira y de canalizarla, aunque no es el modo más adecuado de hacerlo.

Signos de alarma:

  1. Irritabilidad extrema o cambios de humor constantes que no cesan con el paso del
    del tiempo, o con la normalización de las rutinas.
  2. Disminución significativa el rendimiento escolar, ya sea por dificultades en la concentración, o por incapacidad para reintegrarse al ritmo normal de la clase.
  3. Aislamiento extremo: el/ la adolescente no quiere salir ni participar de eventos sociales con amigos en los que antes sí participaba.
  4. Pensamientos negativos recurrentes sobre la muerte que no cesan tras el paso de
    un tiempo prudencial y que suelen convertirse en ideas algo irracionales o irreales.
  5. Sintomatología depresiva.
  6. Ideación suicida que llega incluso a la elaboración de un plan suicida.
  7. Asunción de responsabilidades que antes no se asumían, y que influyen en su vida social, es decir: la/el adolescente abandona las actividades que antes hubiera hecho para recoger o cuidar a sus hermanos, para evitar que su padre se quede solo, para ayudar a su tía, para acompañar a su abuela, etc.
  8.  Aparición de otros trastornos somáticos, obsesivos, de ansiedad, de separación, que
    anteriormente no se habían manifestado o no lo habían hecho con la intensidad
    suficiente como para considerarse negativos.
  9. Agresividad extrema o impulsividad que no es capaz de controlar.
  10. Consumo de sustancias inadecuado para su grupo de edad, ya sea por la frecuencia o por la intensidad. En cierto modo se refugia de la realidad en el consumo.
  11. Incapacidad para retornar a sus rutinas habituales que tuviera antes de la pérdida.
  12. Culpa que no cesa, recurrente: el/la adolescente cree que el fallecido estaría enfadado, poco orgulloso o dolido con su actitud.
  13. No quiere tocar las cosas del fallecido, prefiere deja las cosas como si la persona fallecida fuera a volver, alegando que son sus cosas, que no se tocan, o disgustándose al asociar los pequeños cambios con olvidos.
  14. Pone en práctica conductas de riesgo sin temer por su vida, o precisamente porque la vida ha dejado de preocuparle o de tener valor para ella/él.
  15. Tristeza excesiva que le impide levantarse, estudiar, mantener relaciones…sintomatología parecida a la depresiva.
  16. Ira hacia quienes le dieron la noticia o hacia el personal sanitario que no pudo hacer más, llegándoles a hacer responsables directos de la muerte.

La atención especializada es la mejor opción si persisten o se agudizan estas manifestaciones.

Esperamos que la sección de hoy te sirva para acompañar a nuestros adolescentes en estos momentos difíciles, pero inherentes a la vida. Contribuir a la salud mental de todos y todas es nuestra meta. Síguenos en la próxima sección de #PsicologíaParaTuVida.

Adaptado de:

Hablemos de duelo: manual práctico para abordar la muerte con niños y adolescentes. De Patricia Díaz Seaone, publicado por Fundación Mario Losantos del Campo. (FMLC), octubre 2016.

MSc. Lisneth Rodríguez Hernández
Licenciada en Psicología. Máster en Ciencias Sociales y Axiología. Directora de Comunicación Institucional, de la Universidad de Holguín.

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