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Duelo por COVID-19: manejo en niños y niñas (III)

Psicología para tu vida

#PsicologíaParaTuVida por tercera ocasión propone acercarnos al manejo del duelo en niños y niñas, considerando cada etapa del desarrollo. La sección de hoy particularizará en los niños y niñas de edad escolar para continuar con otras edades, hasta la adolescencia, en secciones posteriores. Trataremos, no solo los comportamientos normales, sino los signos de alarma y cómo ayudar ante la manifestación de estas conductas.

La muerte en la edad escolar: de los 6 a los 10 años

En este periodo, el concepto de muerte se acerca al real. Hasta los 6 años prima el pensamiento mágico, pero en este nuevo período lo esperable es los niños y niñas comiencen a distinguir la fantasía de la realidad, y a comprender que los fallecidos no pueden sentir, ver oír, y que ya no hay funciones vitales.

A esta edad, la muerte deja de ser temporal, para ser definitiva. Los menores aprenden que las personas que mueren no van a volver, y pueden entender que no se trata de un sueño, ni de un estado temporal.

Hacia los 7 años, comprenden la irreversibilidad de la muerte, pero aún no comprenden la universalidad, es decir, creen que la muerte es selectiva, principalmente algo característico de personas mayores o que están muy enfermas, es decir, la muerte es cosa de “viejos”.

Cuando por fin comprenden que la muerte es universal, aparece la angustia o el miedo, ya sea a la propia muerte, o bien, a la de los familiares cercanos que se encargan de su cuidado. En el momento en que aparece esta gran preocupación por su propia muerte y la de los adultos de su entorno, es normal que los menores estén atentos a cualquier indicio de una posible enfermedad, e incluso es posible que experimenten pequeñas somatizaciones, similares a las que tuvo la persona fallecida.

Durante este periodo y, alrededor de los 9 ó 10 años, es cuando los niños y niñas toman verdaderamente conciencia de la universalidad de la muerte. Entonces se hace más patente el temor a perder su vida o a sus familiares cercanos y desarrollan mecanismos de protección que les hace revisar y concienciar a los adultos de su entorno de los peligros que les rodean.

Es probable, entonces, que los niños y niñas se muestren más precavidos, moderados y cautelosos, que tomen precauciones, y que intenten que las personas que los rodean también las tomen.

A esta edad es habitual que empiece a aparecer la culpa. El principal motivo es el egocentrismo que impera en esta etapa. Esa cualidad hace que el niño o niña piense que, si alguien ha muerto, ha podido ser por algo que él o ella haya hecho o pensado, y, a menudo, oculta esas dudas a los adultos, hasta que entiende que el pensamiento, la opinión, los hechos o las palabras no suelen causar la muerte.

Por otro lado, el grupo de iguales, de amigos, se convierte en algo esencial para los menores. Por eso, a esta edad se convierte en un sufrimiento el hecho de sentirse diferente, ser el primero en experimentar algo, o bien, tener que cambiar de amigos.

Perder a un progenitor en esta etapa puede resultar, también a nivel social, extremadamente doloroso, lo que unido al golpe emocional hace que podamos encontrar mayores dificultades en los menores que, en muchos casos, no querrán hablar del tema para no sentirse comparados o evaluados por sus iguales.

La curiosidad y la necesidad de conocimientos, es algo característico de esta edad, por lo que es probable que después de una pérdida, aparezca en los niños una curiosidad marcada acerca de la muerte, sus causas, el cuerpo, los procedimientos, el funeral, la incineración, el entierro, las tumbas…

Pueden realizar preguntas relacionadas con: a dónde vamos cuando morimos; qué pasa después de la vida; cómo es el proceso de descomposición de un cuerpo, de qué color, si crece el pelo, las uñas; qué pasa con las vísceras y los órganos internos; dudas realistas acerca del futuro: si habrá dinero para hacer lo que antes se hacía, cómo se va a mantener la casa; cuestiones concretas sobre los rituales: qué pasa con el cuerpo al ser enterrado, qué pasa durante la incineración, si se va a incinerar a otras personas, etc.

Estas preguntas pueden generar reacciones emocionales intensas en el adulto, ya que no tienen respuestas claras para algunas cuestiones, generan un gran desconcierto, o quizá pueden resultar comprometidas. Lo cierto es que estas dudas son propias del crecimiento y responden a la necesidad de la niña o el niño de intentar dar sentido al mundo que le rodea.

¿Qué cosas son normales y cuáles debemos considerar signos de alarma?:

Es habitual es que nos encontremos con:

  1. Oscilaciones en la comprensión: En los primeros años de este período, los niños y niñas pueden no entender aspectos concretos y conceptos relacionados con la muerte, mientras que al final de la etapa, pueden tener una comprensión completa o casi completa, así que habrá cosas que entiendan y otras cosas que no acaben de entender, llegando incluso a obcecarse con los conceptos que no manejan.
  2. Temores y miedo a que la muerte les sobrevenga a los menores o a otros familiares: harán comprobaciones del bienestar de otros y mostrarán preocupación por su salud.
  3. Preguntas sobre los pormenores y detalles de la muerte, que habitualmente se vuelven recurrentes.
  4. Preguntas sobre aspectos morbosos de la muerte.
  5. Manifiestan, de forma habitual, emociones como el enfado y la confusión: están enfadados tanto con la muerte, como con la persona fallecida que ya no les va a cuidar.
  6. Es habitual que aparezca la negación, y actúen como si nada hubiera pasado, manteniéndose en un mundo “irreal” con sus actividades, su humor, su conducta y su mundo social intacto.
  7. Si aparece la negación, pueden mostrarse reacios a abordar el tema o a hablar de la muerte, tendrán una actitud evitadora.
  8. Pueden mostrar enfado y agresividad tras el fallecimiento, debido a la pérdida del cuidado y las actividades que les proporcionaba la persona fallecida.
  9. Problemas de concentración asociados al duelo.
  10. Baja el rendimiento escolar.
  11. Conductas para comprobar la realidad de la pérdida: hacer enfadar a un progenitor
    a ver si vuelve el otro, reclamar la presencia del fallecido para contrastar algo, traer
    un regalo, etc.

Signos de alarma:

No podemos perder de vista estos aspectos, que pueden requerir de la ayuda profesional:

  1. Somatizaciones que no cesan, dolores repetidos sin causa médica aparente.
  2. Problemas constantes de ansiedad que se manifiestan en: incapacidad para conciliar o mantener el sueño, problemas con la alimentación -ya sea por comer en exceso o demasiado poco-, o nerviosismo en sus actividades cotidianas.
  3. Malhumor y agresividad constante que antes no estaba, incluso agresiones a sus iguales.
  4. Síntomas depresivos que se mantienen más de lo esperable: problemas de sueño, regresión a etapas anteriores, apatía, pérdida de interés por las cosas que antes le interesaban, pérdida de interés social.
  5. Bajada drástica de actividad: no desea participar en nada, nada parece emocionarle.
  6. Incapacidad para reintegrarse al ámbito académico: hay una negativa a ir al colegio o temor incapacitante para afrontar el día a día en clase o a sus compañeros.
  7. Problemas de concentración que antes no tenía y que se prolongan, repercutiendo en sus actividades cotidianas.
  8. Baja drásticamente el rendimiento escolar o el interés por las actividades académicas, que se mantiene en el tiempo y con consecuencias indeseables para el niño.
  9. Miedos prolongados e impropios de su edad.
  10. Ansiedad de separación o incapacidad para separarse de las figuras de apego, porque el menor teme que haya nuevas muertes en su entorno

¿Cómo podemos ayudarles?

  1. Debemos explicarle las cosas a la niña y/o el niño y responder a sus preguntas.
  2. Evitaremos ocultarle información.
  3. Evitaremos mentirle o edulcorar la muerte del ser querido.
  4. Le integraremos en los ritos funerarios.
  5. Hay que garantizar que sus actividades principales y sus rutinas van a permanecer intactas, en la medida de lo posible.
  6. Respetaremos sus reacciones de duelo.
  7. Hay que corregir las conductas indeseables y explicarles lo que pensamos que está sucediendo.
  8. Le proporcionaremos actividades para facilitar el recuerdo del ser querido.
  9. Le apoyaremos en aquellas cosas que necesite, y en las dificultades que se presenten.
  10. Le ofreceremos información y explicaciones previas a la muerte para que pueda
    anticiparla, si es posible, y no suponga un impacto muy grande.
  11. Mostraremos nuestras emociones y legitimaremos las suyas

Esperamos que la sección de hoy te sirva para acompañar a nuestros niños y niñas en estos momentos difíciles, pero inherentes a la vida. Contribuir a la salud mental de todos y todas es nuestra meta. Síguenos en la próxima sección de #PsicologíaParaTuVida, donde continuaremos tratando las características del proceso de duelo, en los y las preadolescentes y adolescentes.

Adaptado de:

Hablemos de duelo: manual práctico para abordar la muerte con niños y adolescentes. De Patricia Díaz Seaone, publicado por Fundación Mario Losantos del Campo. (FMLC), octubre 2016.

MSc. Lisneth Rodríguez Hernández
Licenciada en Psicología. Máster en Ciencias Sociales y Axiología. Directora de Comunicación Institucional, de la Universidad de Holguín.

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