
Por Roger Florentino Obregón Tejeda. Profesor del Departamento Docente de Economía y presidente de la Cátedra Honorífica “Oscar Lucero Moya” de la Universidad de Holguín.
Hace unos días, nuestro presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, celebraba en su cuenta de twitter, el beneplácito del pueblo de Cuba en recibir próximamente en nuestro país al presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador
Siempre, de niño, escuche decirle a mi nonagenario abuelo materno, que lo más valioso que poseía un hombre era su palabra. Para él, soldado del Ejército Libertador y nacido en el campo, con una férrea educación a la antigua, este era un principio sagrado, extendido no sólo en Cuba, sino en muchos países del área. Aprovecho la ocasión para compartir una anécdota real, acaecida en nuestro hermano pueblo mexicano en tiempos de la gesta independentista. Es una historia digna de ser conocida:
A la caída del Estado de Querétaro, en México, quedó prisionero de los “Juaristas”, el General Don Severo del Castillo, jefe del Estado Mayor de Maximiliano. Fue condenado a muerte, y su custodia se encomendó al coronel Carlos Fuero.
La víspera de la ejecución del General Del Castillo, dormía el coronel Fuero, cuando su asistente lo despertó: “El General del Castillo, desea hablar con usted, coronel”. Fuero se vistió de prisa y acudió de inmediato a la celda del condenado a muerte. No olvidaba que el General Don Severo del Castillo había sido amigo de su padre.
“Carlos”, le dijo el General, -perdona que te haya hecho despertar. Como tú sabes, me quedan unas cuantas horas de vida y necesito que me hagas un favor. Quiero confesarme y hacer mi testamento. Por favor, manda llamar al Padre Montes, y al Licenciado José María Vázquez.
– Mi General-, respondió el coronel Fuero: “No creo que sea necesario que vengan esos señores…”
– “¿Cómo?, se irritó el General Del Castillo. Deseo arreglar las cosas de mi alma y de mi familia, ¿y me dices que no es necesario que vengan el sacerdote y el notario?
– “En efecto mi General- repitió el coronel republicano: “No hay necesidad de mandarlos llamar. Usted irá personalmente a arreglar sus asuntos, y yo me quedaré en su lugar hasta que regrese.
El General Don Severo quedó estupefacto. La muestra de confianza que le daba el joven coronel Fuero era extraordinaria. Este le preguntó, emocionado: – “¿Qué garantía tienes de que regresaré, para enfrentarme al pelotón de fusilamiento?”
Y el coronel Fuero le respondió: – ¡Su Palabra de Honor, mi General
-Ya la tienes, dijo Don Severo abrazando al joven coronel…
Salieron los dos y dijo Fuero al encargado de la guardia: “El General Del Castillo va a su casa a arreglar unos asuntos. Yo me quedaré en la celda en su lugar como prisionero. Cuando él regrese, me manda despertar.
A la mañana siguiente, cuando llegó al Cuartel el superior de Fuero, el General Sóstenes Rocha, el encargado de la guardia le informó de todo lo sucedido. Corriendo fue Rocha a la celda en donde estaba Fuero y lo encontró durmiendo tranquilamente. Lo despertó moviéndolo:
-¿Qué hiciste Carlos? ¿Por qué dejaste ir al General Del Castillo?
-Ya volverá-, le contestó Fuero. Y sí no lo hace, entonces me fusilas a mí. En ese preciso momento se escucharon pasos en la acera:
– ¿Quién vive?, gritó el centinela. ¡México y un prisionero de guerra!, respondió la vibrante voz del General Del Castillo. Cumpliendo su Palabra de Honor volvía Don Severo para ser fusilado.
Pero el final de esta historia real es feliz.
El General Severo Del Castillo no fue pasado por las armas. Rocha le contó a Don Mariano Escobedo lo que había pasado, y éste le informó al Benemérito, Don Benito Juárez que, conmovido, indultó al General, y ordenó la suspensión de cualquier procedimiento contra el coronel Fuero. Ambos hicieron honor a la institución, ambos hicieron honor a su palabra.
Por ello, en México, tener “Fuero” es tener un privilegio, es tener Palabra de honor.
En 1892 murió el General de Brigada Don Carlos Fuero. Hoy una calle en la ciudad de Saltillo, una en el Parral y otra en Chihuahua llevan su nombre.
Y afortunadamente aún existen familias que a sus hijos les inculcan tener palabra, Palabra de Honor.