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Noches calladas, rostros a medio ver…

Por Yanulis Idania Machado Chacón/Estudiante de Periodismo

Cero visitas. Cinco gotas de PrevengHo Vir. La pesquisa de las ocho y el parte de las once. Dos o tres llamadas telefónicas en el día. Las teleclases para los más chicos. Desayuno, merienda, almuerzo, merienda, comida, el aplauso a las nueve, la novela…Esta es nuestra rutina o, al menos, para la mayoría de los cubanos en la actualidad.

Escuelas vacías. Negocios cerrados. Rostros a medio ver. Jugadores de dominó en sus casas. Parques tristes, porque extrañan la alegría de los niños. Mismos niños que ahora dan clases desde la comodidad de su hogar, lástima que sea con un profesor al que no le pueden hacer preguntas.

Casi no se escuchan pregones. Ya no hay música los sábados en la noche, ni ferias los domingos. Los mayores evitan sentarse a chismear en los predios del mercado, en su habitual espera del pan. Podría decirse que ya ni salen de casa.

En la puerta, loción clorada. En el suelo, tres alfombras. Ya no es solo la que recoge el polvo; se necesita una que limpie los zapatos con cloro y otra que retire la humedad. Tampoco se tocan las barandas de la escalera. Lo que antes era protección, hoy es un foco de contagio.

Noches calladas, no hay jóvenes en las calles. Una llamada y, cuando más, horas en el chat. Para nadie es fácil estar tanto tiempo aislado en casa. Solemos conversar de balcón a balcón. No hay vergüenza de ser juzgados por la mala educación. Supongo que todos necesitamos recordar los días recientes cuando los besos y abrazos no resultaban peligrosos.

Una nueva prenda se suma a nuestro vestuario. Nariz y boca cubiertas por un trozo de tela: el nasobuco. Cuelgan de los cordeles. Y no se trata de moda, mucho menos es un lujo. Su uso es tan reglamentario como el uniforme en los centros escolares y, en las circunstancias actuales, se vuelve imprescindible.

Lo usan el vendedor de agua potable, la dependienta de la tienda, quien necesita ir al trabajo e, incluso, el que baja a tirar la basura. Sofoca un poco, es verdad. No es fácil llegar a un quinto piso cuando algo te interrumpe la respiración. Pero la seguridad propia y la de los demás, hoy depende de la actuación de cada uno de nosotros.

De todos modos siempre queda el inconforme, quien no mide riesgos y piensa que es ¨inmortal¨. Aquel que cree que, por ser más joven, no le pasará. Equivocados, sí; inconscientes, también.

Lo bueno es ver las calles cada vez más limpias. Somos más responsables, gracias al deseo de abrazar otra vez a nuestros familiares. Somos más humanos, pues al fin empezamos a comprender que, en esencia, somos iguales y vulnerables. Hoy prefiero tener la esperanza de que, cuando toda esta pesadilla termine, cuando la COVID-19 solo sea un mal recuerdo experimentado, entonces seremos mejores seres humanos.

Epg. Luis Ernesto Ruiz Martínez
Lic. en Educación, especialidad Matemática-Computación. Especialista en Docencia en Psicopedagogía. Metodólogo de la Dirección de Comunicación Institucional.

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