Ud. está en
Home > Actualidad > ¿De dónde salen los gigantes?

¿De dónde salen los gigantes?

Los ojos de Chávez

Me encargaron elaborar una crónica para recordar ¨Al Mejor Amigo de Cuba¨, a Hugo Chávez. Primero me sentí contrariado por tan alta responsabilidad. Luego fue una animadversión hacia mi jefa de departamento por asignarme esa tarea, para la que, aún, creo que no tengo palabras en mi repertorio que plasmen el significado para nuestros pueblos de ese irrepetible hombre.

Después vino algo de indulgencia hacia ella y un temblor con cada tecla presionada, como si estuviera dirigiéndome hacia una multitud concentrada ante mí. Y es lógico, porque el profundo respeto y la admiración que siento hacia esa figura no permiten dejar en frases vanas o pasajes comunes un tributo para él.

Pasado un tiempo -horas- revisando lo que han publicado recientemente algunos medios o en aniversarios anteriores, realmente, no hallaba un resquicio para empezar. Sobre lo que atinaba a escribir ya estaba en internet desde varias opiniones diferentes. Esbozar un pasaje de su niñez y compararlo con la realidad de los niños cubanos consideré que no es lo más acertado. Tampoco podía evocar algún encuentro entre esos dos titanes que estremecían la tierra, porque encontraba muchas referencias y trabajos asombrosos que valen la pena releer y disfrutar.

Entonces me llegó una frase: ¡Chávez somos millones! Palabras de aliento dirigidas al pueblo latinoamericano cuando ya estaba mortalmente herido por la enfermedad. ¡Cuánta valentía, cuánta entereza mostró en ese momento!

Me preguntaba de dónde salen hombres así ¿Cuál camino recorren hasta alcanzar esa estatura? ¿Por qué son tan necesarios, imprescindibles?

Entonces vino el recuerdo de Manuel. Era un joven venezolano de tantos que vinieron a nuestra escuela en la Misión Esperanza. No recuerdo sus apellidos, ni de qué estado, solo su nombre y la imagen que me dejó para siempre.

Llegó en la primera de las avanzadas que recibimos, si mal no recuerdo, con apenas la muda de ropa que traía puesta y calzaba un par de chancletas. Sin dudas era una procedencia bien humilde. En su mano derecha resaltaba la marca del tatuaje de una calavera, nada artístico, más bien rudimentario, casi del tipo carcelario, desagradable. Era delgado y no se puede decir que atrajera por su aspecto, sino todo lo contrario. Casi siempre andaba solo y cada vez que podía se acercaba para conversar conmigo o con el profe Eliécer.    

En mis clases de español me percaté que apenas vencía el nivel secundario de enseñanza, con muchas deficiencias. Pero Manuel mostraba unas ganas de aprender, una disciplina que resaltaba por encima del resto por su entusiasmo y me llamó la atención que era de los que no temen equivocarse, polo opuesto al 99 por ciento de los jóvenes que conozco. Por supuesto, le costaban trabajo ciertos contenidos y habilidades que se perfilan con la enseñanza constante.   

Una noche me encontraba de guardia vi la luz del baño del dormitorio encendida como a las 2 de la madrugada y subí a apagarla o a ver qué ¨invento¨ tenían en esa ocasión. Pero era Manuel que estaba sentado en el muro del baño, solo, leyendo un libro de texto de sociología y me dijo que tenía que estudiar y que allí no molestaba a los demás y que siempre leía a esa hora. Por supuesto que lo dejé seguir.

En alguna de las conversaciones que tuvimos le pregunté por qué no había seguido estudiando en su país y respondió que era caro, pero fue solo para cerrar el tema. En otra ocasión se me acercó y me preguntó sobre la revolución francesa y le expliqué lo que pude.

Me preguntó qué necesitaba para ser buen orador, no tanto como Chávez y Fidel, me dijo. Le respondí que lo primero era dominar el lenguaje y conocer de historia, lo que solo se hace con la lectura. Al otro día le traje un tomo de Historia Universal, de los antiguos que se usaban en el preuniversitario. Un par de días después vino con unas dudas sobre algún contenido del libro y constaté que se lo había leído.

En ese momento también me preguntó por algún tema latinoamericano y como no soy especialista, le traje otro texto, Historia de América. Un par de días más y me trajo una serie de preguntas apuntadas en una hoja de libreta. ¡Se había leído e intentado comprender, cerca de 300 páginas que a muchos en la universidad nos costó tanto trabajo!

De esa forma eran nuestras conversaciones cada vez que se podía, yo intentando educar a un alumno que se esforzaba, con sus recursos.

Una estudiante con la que también logré cierta cercanía, Rosi, quien destacaba por tener un nivel cultural, educación, incluso, economía superior a la mayoría, me dijo en una ocasión que no le gustaba que anduviera con ese estudiante, él vivía en un parque cerca de su escuela.

Con la ingenuidad de haber crecido en nuestra sociedad, entendí que ¨tenía su casa ¨ en ese lugar. Nada más lejos de la verdad. Indagando supe que Manuel dormía debajo de los bancos, en alguna construcción o en algún corredor donde lo sorprendiera la noche. Trabajaba vendiendo ¨cosas¨, que no pregunté, en los semáforos y ocasionalmente haciendo algún trabajo de albañilería o así por el estilo.

Tenía dos mudas de ropa, una ¨para los fines de semana¨, guardada en casa de una tía -creo-, que lo dejaba bañarse y le daba algo de comer cuando su esposo no estaba, porque el hombre no lo quería. La otra era la del diario.

Al conocer aquello, supongo que cambié. Lo veía con otros ojos. Pero, contrario a todo, Manuel no mostraba signos de ser violento, ladrón ni delincuente. Hablaba bajo y no gesticulaba como pandillero o algo parecido. Al menos fue la percepción de algunos profes a los que le pregunté. Para muchos de ellos solo era un estudiante que participaba en las clases. Quería aprovechar esta oportunidad, me dijo en varias ocasiones.

En cada turno intentaba conducir sus análisis, alentarlo a participar. Con sus respuestas me decía a mí mismo sobre cuánta diferencia la de este muchacho, incluso, con muchos de los nuestros.  

Al terminar sus estudios en ¨La Celia¨, nunca más supe de él, pero no lo olvidé. Espero que la vida le haya premiado ese esfuerzo. El suyo es apenas uno de muchos ejemplos parecidos.

A mí no me hace falta preguntarme ya de dónde salen hombres con estirpe de gigantes o por qué son necesarios, imprescindibles. En nuestras tierras existen millones de Chávez: los que se levantan cada día a ganarse el pan honradamente, los que vencen dificultades, los que defienden su tierra…

Yusmel Pérez Figueredo
Graduado de Historia del arte por la Universidad de Oriente (2002). Profesor de Historia del arte y Arte cubano de la Universidad de Holguín. Especialista de la Dirección de Comunicación Institucional.

Leave a Reply

Top