Por Carolina Gutiérrez.

Cuando me convocaron para una actividad de jubilados en la sede universitaria Oscar Lucero, creí que nos esperaba “más de lo mismo”. Igual discurso, diplomas similares a los de otro acto anterior y la gente con apuro por irse. Con mi edad, mis limitaciones, el problema del transporte y los siniestros tiempos que vivimos, pensé que no valía la pena ir.

Sin embargo, no sé qué impulso interior me obligó a coger un coche con veloz caballo que me permitió llegar a tiempo para ver en el parqueo cómo descendían de una guagua, en fila india, numerosos adultos mayores (muchos con bastones) también invitados como yo.

Ahí estaban muchos de mis amigos queridos que no veía hacía tiempo. Hubo besos, abrazos y nudos en la garganta, porque todos hemos envejecido. Me sumé a la “procesión” y nos dirigimos a la Casa Estudiantil, ayudados y sostenidos por amables manos de estudiantes desconocidos que nos impidieron resbalones y tropiezos.

A ambos lados de la escalera que da acceso a la casa estaba situado un “comité de recepción” que, a nuestro paso, nos regalaba una espiga de orquídeas. ORQUIDEAS.

En el portal ya estaban dispuestas las sillas y listo el grupo de mariachis de Holguín para hacernos disfrutar sabrosas rancheras que coreamos y aplaudimos como muchachos. Pasamos al salón de actos donde hubo poemas, canciones, mensajes tiernos, danzones, chistes y evocaciones con lo que salimos de ahí, como decía Martí, “ebrios de gozo”.

El cierre fue un espléndido almuerzo (insólito en estos momentos) que nos hizo pensar, de momento, que no todo está perdido. Amables manos nos ayudaron a subir a la guagua porque nunca faltó la gentileza y la deferencia con los invitados.

Gracias de todo corazón (en nombre de los que asistimos) al comité organizador por pensar que los jubilados merecemos encuentros como este, que tanto nos ayudan a seguir viviendo.

Fotos: Lisbeth García y Dirección de Extensión Universitaria.