Por Rosa Miriam Elizalde.
Acabo de terminar un encuentro con estudiantes y profesores de la Universidad de Holguín, en el Simposio “Apunto”, que ellos organizan cada año. Hemos estado discutiendo largamente sobre la relación entre lo local y lo global en comunicación.

Con un pie ahora en la wifi de un parque holguinero y en la cabeza la idea del sociólogo Zygmunt Batman de la “modernidad líquida”, recuerdo que esa etapa en la cual todo lo que era sólido se ha licuado y nuestros acuerdos basados exclusivamente en las estructuras verticales son temporales, pasajeras, válidos, pero solo hasta nuevo aviso.

Lo único permanente es que la transformación de la realidad necesita ser capaz de hacer cosas (lo que los griegos llamaban poder) y de la política, la habilidad de decidir qué cosas tienen que hacerse. La cuestión es que ese matrimonio entre poder y política es ahora mucho más complejo.

El poder se ha globalizado pero las políticas son tan locales como antes. Y, por tanto, la comunicación tiene que realizarse en lo local o corre el riesgo de licuarse como el poder y la política, sus inseparables compañeros.