Hace dos décadas que terminó mi etapa de estudiante. Entonces la vida de los universitarios, independiente a los cambios de épocas, no era muy diferente a la de ahora. Uno aprovechaba las ventajas de la beca y las actividades de la FEU y, por supuesto, trataba de estar a la moda.

En los años del ¨periodo especial¨ nuestras familias hacían malabares para comprarnos la muda de la escuela, en la que era invariable el pitusa o jean. A finales de los noventa aún se usaban anchos. Solo los roqueros lo usábamos ajustados o tubos, a los que acompañábamos del legendario par de botas o, en su lugar, los tenis, y pulóver o camisita a cuadros. No hacía falta más.

En aquel tiempo era impensable llevar esa prenda que últimamente es imprescindible en cualquier combinación posible de atuendos: el nasobuco o mascarilla.

Debo estar fuera de tiempo porque aún no me acostumbro a usarlo. Por eso confieso que me complace ver a nuestros jóvenes cuando lo usan a la más reciente tendencia de la moda de los centros de aislamiento. Me encanta esa combinación de botas y nasobuco para las andanzas de organopónicos y módulos de alimentos. No creo que exista atuendo mejor adecuado para la labor en las comunidades o para lucir en las mesas coordinadoras.

Ahora la moda se atempera a las clases en el aula y los laboratorios. Pero lo bueno de esa prenda, es que cabe en un bolsillo por si de momento hay que cambiar de labor.

Si me hubiera tocado estudiar en la universidad en el 2021, no lo duden: ¡yo estaría en esa moda!