“Es increíble cuánto deseo tenerte conmigo; primero por amor, después por nuestra costumbre de estar siempre juntos (…)”
Plinio
No hay sentimiento más entrañable, soñado, conquistado y placentero que el amor. Una mirada enciende el fuego inexplicable que lleva al pensamiento constante: ¿dónde te vi por primera vez? ¿Por qué no te había notado antes? ¿Estuviste tan cerca y tan lejos todo este tiempo? Una palabra comienza el ritual de un encuentro inevitable: ¿cómo estás? Un mensaje sella el destino: Vine solo para verte.
Así es el amor de inquieto, seductor, indomable… Llega cuando menos lo imaginas y cuando menos lo buscas. No entiende razones y no le interesa si estás preparado para sentirlo. En su plan ya tiene los retos incluidos.
De repente, te sorprendes en un pequeño universo que nace a sabiendas de un trayecto a ciegas. No puedes evitarlo. Inicia una exploración de deseos. Te gusta su forma de hablar y el tono exacto a la hora precisa; su personalidad; su forma de vestir; sus gestos; los detalles que iluminan la hora impensada; su risa; la manera en que logra amanecer tu alma con tan solo un abrazo; la armonía de su piel que se ajusta solo a tu cuerpo; y sin premura alguna, deposita en tus manos, el secreto de momentos fugaces solo para ti.
Sin notarlo, vas caminando. Un día le cuentas una travesura infantil. Conversan sobre sus sueños, disfrutan una película que puede resultar en una “propuesta indecente”; comparten un almuerzo que, sin imaginarlo, se convierte en cita de elucubraciones casi diarias; se regalan pasiones; se perciben; se apoyan; se complementan en el andar diario y hacen frente a las lágrimas.
A ratos llega la respiración entrecortada; de golpe sobreviene un recuerdo. Poco a poco se va armando el rompecabezas. Temas musicales describen su historia; propuestas cinematográficas inmortalizan sus aventuras; una obra de arte repiensa el propósito.
Es imposible no reír y sufrir por amor. De esa combinación, cientos de pasiones han cimentado su amor.
“Idolatría única de mi alma: tres dias solamente hace que no nos veíamos, que conversábamos, y que juntos contemplábamos la luna, y vuelvo á sentir la imperiosa necesidad de verte”.*
Con tal ternura y desesperación, escribía Ignacio Agramonte a su Amalia Simoni, en julio de 1867, hermosas cartas recopiladas en el libro “Para no separarnos nunca más”; una muestra del ardiente amor que cada uno de nosotros puede llegar a experimentar.
Sentir nos hace únicos, especiales, importantes, aparentemente imprescindibles… Es cierto, podemos abrirnos a un corazón como la felicidad que tanto anhelamos. Hoy soy el amor de tu vida; una vida contenida en un minuto; quizás en una hora; en siete meses; en años o en temporadas eternas.
¡Feliz 14 de febrero para toda la comunidad universitaria!
*Se respetó la escritura original del texto