En cualquier lugar del país y más allá de sus fronteras puede encontrárseles. En ocasiones, se les distingue por el uso emblemático de sus ropas de nylon de colores llamativos. A veces, se les ve marchar temprano, a llevar un poco de vida a algunos que creyeron que, después de viejo, era imposible ejercitarse. En otras, su silbato impone el orden en las filas de alegres pequeños que en el fragor del juego sano, escandalizan y animan su equipo.
Por Marjel Morales Gato
Dirección de Comunicación Institucional
También puede encontrárseles, casi anónimos, en la retaguardia de los campeones, porque para lograr la medalla, además de la fortaleza física, se necesita la mano experta del entrenador. Así son nuestros profesionales de la Cultura Física, al menos los más visibles para la sociedad.
Sin embargo, hay otros que escriben cada día páginas de sacrificio, los que con su trabajo preparan y contribuyen a que entrenadores, técnicos y atletas alcancen los conocimientos necesarios para su profesión. Esos hombres y mujeres son los que integran el colectivo laboral de la Facultad de Cultura Física, en la Universidad de Holguín y el resto de las facultades de las restantes universidades. Todos necesarios e importantes, desde el silencioso jardinero que con sus manos e ingenio pacientemente embellece los espacios, hasta el Doctor en Ciencias que desde su sitio, con sus manos e ingenio, diseña y perfecciona la formación del profesional.
Y es que no podría hablar de una primera vez en mi encuentro con el trabajador de la Cultura Física. Estoy seguro que ni en mi subconsciente quedará reflejada tal experiencia, pues nací entre el deporte y la cultura física: mi padre y mi madre tomaron la decisión cuando eran casi adolescentes, de formar parte de este enorme grupo de hombres y mujeres del sector.
Mi progenitor salió del macondiano rincón natal y dejando atrás a la familia, comenzó en este mundo deportivo del que hoy, ineludibles problemas de salud lo han obligado a salir, luego de más de 40 años de labor.
La segunda, se enamoró de las clases de educación física de la primaria y quiso ser ella quien enseñara a otros los ejercicios. Ni la convulsa situación familiar, ni los embates de la vida le impidieron formar parte de las primeras graduaciones, que más tarde sería su granito de arena en los miles de graduados que han transitado por la institución.
Pero sus historias son las de un número considerable de profesores y demás personal de apoyo, que han consagrado la mayor parte de su vida a esa noble tarea y a esa instalación que actualmente se revitaliza. Algunos ya no viven físicamente, otros han pasado al retiro; no obstante, muchos están entre nosotros, anónimos, silenciosos por los pasillos y espacios del centro.
A mis padres, a los fundadores y a los muchos otros que han llegado después a esa institución, sirvan de homenaje estas líneas. Su aporte por pequeño que fuese, ha permitido que se continúe conmemorando en la Isla, cada 19 de noviembre, el día de la Cultura Física y el Deporte.
